El primer café de la
mañana tiene el poder de las pócima mágicas de los cuentos infantiles ,un poder
sobrenatural que nos arrastra fuera de los etéreos y alucinógenos
dominios del reino de Morfeo donde nuestra inconsciente somnolencia
traspasa los umbrales de la vida y se pierde en una onírica existencia en
la que el dios del sueño nos sumerge de forma temporal. Un remedo de la muerte
pero con billete de vuelta.
La luz aún amorfa de la
mañana cincelaba la ondulante y sinuosa humareda que desprendía el
café recién servido en la vieja jícara –la última que queda – del ajuar
de boda de mi abuela paterna y que guardo con especial cariño. Tengo el
convencimiento que existe un nexo casi mágico, entre la vieja taza, el
aroma del café y la textura de la luz que me vinculan a los últimos átomos de
quienes antaño vivieron y compartieron los cafés de la mañana entre las adustas
paredes de la vieja casa de mis antepasados.
Es una pena, que
mi joven y tecnificada cámara sólo pudo captar la textura de la luz y la
insinuante humareda que desprendía el penúltimo café mañanero de 2014…
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